lunes, 3 de septiembre de 2012

Celia Viñas



Celia Viñas Olivella nació en Lérida en 1915. Vivió parte de su infancia y juventud en Mallorca, donde se trasladó toda la familia buscando un clima mejor para su madre, que padecía reumatismo. Celia Viñas fue una estudiante aplicada que inició sus estudios de Filosofía y Letras en 1934, en donde tuvo como profesores a personas de la talla de Rafael Lapesa, Díaz Plaja o Ángel Valbuena Prat. No obstante, la Guerra Civil, con su sinrazón, hizo que tuviera que interrumpir sus ilusiones, aunque, consiguió graduarse como licenciada en Filosofía y letras en 1941. Para ello tuvo que acreditar méritos de tipo patriótico y lo hizo porque, por amistad, había colaborado en la confección de vendas, aunque Celia había sido presidenta de la Asociación de Estudiantes de Izquierdas cuando estudio el Bachillerato en Palma.
Era, para España, la década de los 40, una época gris y sombría que estaba necesitada de la alegría y la poesía de muchas personas como Celia Viñas. Fue becaria en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y allí, en Madrid, preparó oposiciones. Opositó, pues, a Cátedras de Institutos de Enseñanzas Medias y obtuvo una calificación brillantísima.
Celia Viñas escogió Almería para llevar a cabo su labor docente, quizá porque le gustaba mucho el mar y el clima mediterráneo. Almería le robó el corazón y allí se quedó para siempre, aunque, en más de una ocasión pudo haber pedido el traslado.
Educó a sus alumnos en la bondad, en los valores de personas libres, en la sinceridad y en el afecto. Así, las distintas generaciones de estudiantes que pasaron por sus manos la recordaron siempre con vivo cariño.
Celia Viñas no siempre fue comprendida por el ambiente provinciano de Almería y, sin embargo, llevó a cabo en esa ciudad una labor cultural y dinamizadora increíble. Era una persona inquieta y vital que se interesó por diversos aspectos del arte y la cultura. Participó y dirigió distintas obras teatrales y también empleó la radio como medio de difusión cultural. Fue asimismo una buena conferenciante y, gracias a ella, se celebró el I Congreso Indaliano en Pechina en 1947, que reunía a un grupo nutrido de intelectuales almerienses.
Se casó con Arturo Medina en 1953, al que conoció en Almería, aunque contrajeron matrimonio en Palma de Mallorca y, por desgracia, su vida se cerró en 1954, a raíz de una triste enfermedad, que ella, en principio, confundió con embarazo, aunque resultó ser una dolencia en el útero. Celia Viñas murió, el 21 de junio, días después de ser intervenida quirúrgicamente.
Celia Viñas publicó, en vida, distintos poemas en revistas, periódicos y boletines, un libro en prosa y cuatro libros en versos, tres en castellano, “Trigo del corazón”, “Canción tonta del Sur” (su obra más conocida) y “Palabras sin voz”, y uno en catalán, su idioma vernáculo, “Del foc i de la cendra”.
“Trigo en el corazón”, su primer poemario, es una especie de miscelánea en donde aparecen referencias lorquianas y al folklore. Escribe sus poemas espontáneos, vivos y cargados de energía; “Canción tonta del Sur” es un libro de poesía infantil, en el que Celia Viñas se deja llevar por la sonoridad de la palabras y por la alegría del público al que se dirige. Su último volumen, editado en vida, “Palabras sin voz” está mucho mejor trabajado y nos habla del paisaje, de los artistas, aunque ha perdido, quizás, el tono espontáneo de sus anteriores libros. A su muerte, su marido, publicó “Como el ciervo corre herido” que es un libro profundo, lleno de matices personales, que hablan de la muerte, de la angustia, de Dios.

CARTA AL AMADO DESDE UN JARDÍN DE MALLORCA 


 
¿Sabes? Tantas adelfas en la sangre
—una sangre donde se abren surtidores
de sombra—
y tanta sombra bien quemada,
y tanta sombra…
Amado mío, voy a contarte…
 
Caen las naranjas verdes desde la rama
y en los rosales se peinan las rosas,
hay una araña con velo de novia
quieta, quieta,
de hoja a hoja,
y me hace sollozar eso, que su vida
no se llame “corazón”.
La lluvia dice —arroró, niñita, arroró—.

Hay un sueño de almendra y de aceite virgen
y de sombra de algarrobo
—y de aquello ya no hay más
no hay más…—.
Golondrinas con los huesecillos de música
han huido negras, azules, chilladoras…
No sé qué me decían de ti,
que estás lejos y que mordisqueas
limones en la tarde malva
mirando desde una ventana
con murallas y Puerto.
Los navíos remontan por las parras
y en las torres se hace de fruta la sed
en la ciudad donde el viento pasea unas barbas
de desierto, de vidrios, de plata muerta.
Gritos son los besos,
gritos los besos…
y tanta palabra amarilla
balanceándose como una fruta
—racimos, granadas bien acuchilladas—
tan dulcemente moribunda de perfumes…
En la tierra, tan mojada de salivilla,
la baba del caracol
por la frente de los ángeles dormidos.
 Cerca del estanque

hay un ángel que duerme
y las hormiguillas le corren por las alas
buscando y rebuscando un plumoncito
con una pequeña gota de sangre viva,
sólo una gotita de sangre
que será la semilla de un bosque
de catedrales y torres con campanas,
de torres con campanas, amor mío.
 
Heine está en el jardín en la voz de la amiga
y dice: —¡Qué poco amáis los árboles—
Sí, mi señora de la dulce Germania,
nosotros amamos los huesos de los árboles,
las cruces,
amamos a Dios.
Mordiscos, y el amor grande, grande, grande,
—playas y silencios, escuchad—
a mordiscos el amor grande
se merendó las mentiras,
y encuentra la fuente, la tórtola, la albahaca allí.
Hay más cosas en el jardín.
¿Cómo se llama aquella flor blanca?
—No lo sé.
Es una flor blanca que es muy blanca—.

La piedra, tan sencilla,
encuentro allí,
tan sencilla vestida de día de trabajo.
No nos engañará, no
como engañan los nidos de pájaro
o los lirios de agua azul.
La niña pequeñita pregunta:
—Los ángeles ¿tienen pico como los pollitos?
Y yo pienso que los ángeles pían
y balan y trinan como ruiseñores
y dicen: —Padre mío—.
Todo se ha hecho redondo en el Santo Nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
Crece mi amor como un mediodía,
el corazón, una piscina de miel
con peces de azúcar candy
de cuando yo era niña
y la lengua, un jardincillo
húmedo de lluvia también
donde la hierba hace y deshace
palabrillas de amor,
para ti, amado mío, que, lejos, muy lejos,
comes limones al atardecer.
 
Los navíos se suben a las torres.
 (De Canto, Ágora. Madrid, 1964)