miércoles, 2 de noviembre de 2011

JUAN JOSÉ DOMENCHINA

Nace en 1888. Es hijo de una familia de ingenieros de caminos.  Maestro nacional, carrera que nunca ejerció. Fue asiduo colaborador en revistas y diarios madrileños, sobre todo en El Sol, y con el pseudónimo de Gerardo Rivera, en La Voz.
Publicó sus primeros poemas a los diecinueva años, El poema eterno (Madrid, 1917), prologado por Ramón Pérez de Ayala. Más tarde inició en las páginas de El Sol su impagable labor como crítico literario, bajo el seudónimo de Gerardo Rivera que se haría famoso.
Ya en 1921 conoció a don Manuel Azaña, que dirigía entonces La Pluma, junto con el que sería su cuñado más tarde, Cipriano Rivas Cherif. Colaboró entonces en la revista y se inició así una entrañable amistad entre los tres que sólo terminaría con la muerte.
Cuando Azaña funda Acción Republicana en 1925 cuenta con el poeta Domenchina y así mismo en 1934, cuando se funda Izquierda Republicana. Desde entonces, hasta su exilio, ya no se separó de su amigo y mentor.
Las oficinas de Presidencia siguieron establecidas en el palacete de la entrada de la Castellana. "Llevóse allí (Azaña) de subsecretario a Enrique Ramos, y en calidad de secretario particular a Juan José Domenchina, conocido poeta entre los jóvenes y amigo nuestro desde los tiempos de "La Pluma". Era muy devoto de mi cuñado y asiduo de la tertulia del Regina y bienquisto de aquella compañía selecta", escribió Rivas Cherif.
    Acumuló luego a este cargo de secretario particular, el de secretario político hasta que en 1935 dimitió por razones de salud. Padecía dolores reumáticos que en ocasiones llegaban a dejarle paralizado. Pero mantuvo siempre su amistad y devoción por el presidente de la República.
    Es lástima que las notas que el poeta tomó para escribir la biografía de Azaña se hayan perdido, como tantas otras cosas. Pero no se perdieron sus obras en verso y prosa. El hábito, novela corta (1920) y sobre todo La túnica de Neso (1929), novela vanguardista y original.
Más conocido como poeta, La corporeidad de lo abstracto lo llevó a la más alta fama. El libro lleva un prólogo de Enrique Díaz Canedo, crítico reconocido. "Este poeta medita y el tema de su meditación no es otro que el hombre, su origen, su destino, su agonía, es decir, la lucha constante con cuanto le rodea, y, más terrible aún, consigo mismo".
    Al ser nombrado jefe del Servicio Español de Información creó el Boletín de Información y el Suplemento Literario del Servicio Español de Información, en el que colaboró Antonio Machado. Emigrado a Valencia con el gobierno republicano, Domenchina fue miembro del Consejo de Colaboración de la revista Hora de España, y, ya en Barcelona, colaboró en las páginas de La Vanguardia.
 En enero de 1938 fue nombrado secretario del Gabinete Diplomático de la Presidencia y allí permaneció hasta la dimisión de Azaña. Amigo y colaborador inseparable, acompañó al Presidente en todos sus desplazamientos. En febrero de 1939, Domenchina y su mujer, la también escritora Ernestina de Champourcin, abandonaron España para siempre, radicándose en México..
    En México, el poeta trabajó en labores editoriales hasta su muerte en 1959. Azaña nunca olvidó a su amigo y confidente. En carta a don Angel Osorio , el 28 de junio de 1939, ya en Francia, escribe: "He obtenido del Presidente Cárdenas un puesto, también en la Casa de España, para Domenchina, que ha estado tres meses en Toulouse, con su familia, pasando las penas derramadas".
    Como tantos republicanos españoles, Domenchina murió en el exilio, pobre y olvidado, añorando Madrid. En una antología de versos, titulada Perpetuo arraigo, escribió: "Todos los libros que cito, como otros que no están representados en la presente selección, los escribí en México, pero desde España, a través de una década de dolor esperanzado y añorante, de 1939 a 1949".
    Su vida en el exilio fue triste y vacía. El poeta se consideraba una sombra viviente, sin posibilidad de reflejarse en nada ni en nadie. No obstante, publicó libros significativos: Destierro(1942), Pasión de sombra (1944), Tres elegías jubilares (1946), la segunda de ellas dedicada a Azaña; La sombra desterrada (1950) y El extrañado (1958).
    Gracias a su empeño, se difundió la obra de los exiliados españoles y hay que recordar la serie de artículos que publicó en el diario Hoy, con el título general de Pasión y muerte de la República Española. En ellos se narra su experiencia al lado de don Manuel Azaña y se aportan datos de interés para conocer el conflictivo panorama de aquellos años. También en suAntología de la poesía española contemporánea, que se convirtió en toda la América de habla española en referencia y cita obligada, y desconocida entre nosotros.  
Publicó dos tomos de crítica literaria, Crónicas de Gerardo Rivera, y Nuevas crónicas de Gerardo Rivera. Y se le deben ediciones de Espronceda, Fray Luis de León, Unamuno,Cuentos de la vieja España, y traducciones de Rilke (Las elegías de Duino) y -en colaboración con su mujer, la poetisa Ernestina de Champourcín- de Emily Dickinson,
   Parece ser que sintiendo acercarse "la mano de nieve" quiso venir a morir a Madrid. La cruel dictadura le negó la entrada. No podían olvidar que había sido secretario personal del "odiado" Azaña. Así, murió en Méjico, el 27 de octubre de 1959, a causa de un enfisema pulmonar.
Pero nosotros sabemos que murió, como tantos otros, de España, de su ausencia.
Sus restos fueron a parar al glorioso cementerio español de la capital mejicana. Su mujer quiso llevarle un ciprés de Castilla para acompañarle eternamente.  

Mañana será Dios.
Esta yacija, donde se desploma
noche a noche el despojo de mí mismo
no es cauce para el sueño, sino abismo
Al que mi angustia de caer se soma.
La sábana, que cubre y que no toma
la forma de mi cuerpo, en su mutismo,
sin un pliegue de amor, dice lo mismo
que mi despego y en el mismo idioma.
...Mañana será Dios, y su porfía
sacudirá, violenta, al mal dormido
con su irrupción de polvo o nuevo día.
Aquí no hay alta noche, y, tras la hora
más oscura de un cielo descendido,
se enciende el sol, de pronto, sin aurora.

Dolor humano.
Aquí en mi jaula estoy, con mi jauría
famélica. El escaso nutrimento
de mi carne no sirve de sustento
a la voracidad en agonía
de este tropel devorador que ansía
mi cotidiano despedazamiento
y que ataraza, en busca de alimento,
mis huesos triturados, noche y día.
Pero no me lamento; no podría
dolerme yo, Señor, de mi tormento
junto a tu cruz, que blasfemar sería.
Múltiple fue tu compadecimiento,
-por todos tu sufrir-... y en mi agonía
no cabe más dolor que el que yo siento
.