miércoles, 4 de enero de 2017

Las desiertas abarcas Miguel Hernández

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
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Y encontraba los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
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Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y  cabras.
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Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
-
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
-
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
-
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
-
Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
-
Rabie de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.
-
Por el cinco de enero
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salia.
-
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.
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Marisa Peña. Poema publicado en el libro colectivo “ Indignhadas “ de Unaria Ediciones

¡Qué suerte no ser una madre palestina,
ni una madre siria, ni una madre afgana,
ni una madre kurda,
ni una madre del cuerno de África !
Qué suerte no tener que sostener
la muerte de mi hijo en mis brazos…
ese pequeño cuerpo
que se ha muerto sin más,
de hambre, de sed,
desangrado,
atravesado, zas, por una bala!
¡Qué suerte no tener que abrazar a mi hijo muerto
mientras mis ojos se resecan, lentamente,
de dolor, de impotencia,
de rabia contenida!
¡Qué suerte no tener que sortear cada día
el rostro enjuto y oscuro de la Parca,
y regalarle, esconderle, ocultarle
los rostros malditos de mis hijos,
que han nacido donde nada importan,
donde nada valen, donde nada son…!
Qué suerte, me repito cada día, qué suerte,
mientras mis hijos, tranquilos, duermen su infancia merecida

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