domingo, 9 de enero de 2011

Ramón Pérez de Ayala

Pérez

 Ramón Pérez de Ayala
   (España, 1880-1962)
  Escritor español nacido en Oviedo, ciudad donde estudió Derecho y fue discípulo de Leopoldo Alas 'Clarín'. Realizó estudios en Inglaterra, Alemania e Italia. Durante la I Guerra Mundial fue corresponsal de La Prensa de Buenos Aires. En 1928 ingresó en la Real Academia Española. Estuvo vinculado con José Ortega y Gasset y con Gregorio Marañón a través de la Agrupación al servicio de la República, de la que fue embajador en Londres (1931-1936). Al estallar la guerra civil emigró a Buenos Aires, donde permaneció hasta 1954. Periodista y escritor de poesía, novela, ensayo y crítica, en su obra de ficción se reconocen una primera etapa modernista y una segunda intelectualista, que exige un lector capacitado para moverse por las intenciones artísticas y filosóficas no explícitas del autor. Su producción poética abarca La paz del sendero (1903), El sendero innumerable (1916) y El sendero andante (1921). Entre sus novelas figuran Troteras y danzaderas (1913), Belarmino y Apolonio (1921), Luna de miel, luna de hiel (1923), Los trabajos de Urbano y Simona (1923), El curandero de su honra (1926). Dentro de su labor ensayística merecen citarse Hermann encadenado (1917), Política y toros (1918), Amistades y recuerdos (1961), Fábulas y ciudades (1961). Murió en 1962 en Madrid. Toda la obra de Pérez de Ayala parece un experimento literario en el que utiliza la ironía y lo bufo para probar a sus lectores. A éstos les costará saber si el narrador está tratando algo serio de una manera humorística o si lo que sucede es que nada es serio en sí; esta actitud lo que en el fondo manifiesta es un gran pesimismo y nihilismo que le acerca y relaciona con los escritores de la generación del 98. Ahora bien, la originalidad de los planteamientos y argumentos de sus novelas, sobre todo, le convierten en uno de los mejores escritores españoles de este siglo

LA PAZ DEL SENDERO

Con sayal de amarguras, de la vida romero,
topé, tras luenga andanza, con la paz de un sendero.
Fenecía del día el resplandor postrero.
En la cima de un álamo sollozaba un jilguero.

No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba.
Parecía que Dios en el campo moraba,
y los sones del pájaro que en lo verde cantaba
morían con la esquila que a lo lejos temblaba.

La flor de madreselva, nacida entre bardales,
vertía en el crepúsculo olores celestiales;
víanse blancos brotes de silvestres rosales
y en el cielo las copas de los álamos reales.

Y como de la esquila se iba mezclando el son
al canto del jilguero, mi pobre corazón
sintió como una lluvia buena, de la emoción.
Entonces, a mi vera, vi un hermoso garzón.

Este garzón venía conduciendo el ganado,
y este ganado era por seis vacas formado,
lucidas todas ellas, de pelo colorado,
y la repleta ubre de pezón sonrosado.

Dijo el garzón: —¡Dios guarde al señor forastero!
—Yo nací en esta tierra, morir en ella quiero,
rapaz. —Que Dios le guarde. —Perdiose en el sendero...
En la cima del álamo sollozaba el jilguero.

Sentí en la misma entraña algo que fenecía,
y queda y dulcemente otro algo que nacia.
En la paz del sendero se anegó el alma mía,
y de emoción no osó llorar. Atardecía.









   
Con sayal de amarguras, de la vida romero,
topé, tras luenga andanza, con la paz de un sendero.
Fenecía del día el resplandor postrero.
En la cima de un álamo sollozaba un jilguero.
No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba.
Parecía que Dios en el campo moraba,
y los sones del pájaro que en lo verde cantaba
morían con la esquila que a lo lejos temblaba.
La flor de madreselva, nacida entre bardales,
vertía en el crepúsculo olores celestiales;
víanse blancos brotes de silvestres rosales
y en el cielo las copas de los álamos reales.
Y como de la esquila se iba mezclando el son
al canto del jilguero, mi pobre corazón
sintió como una lluvia buena, de la emoción.
Entonces, a mi vera, vio osó llorar.  Atardecía.